Las sombras vivas del pasado

La revista «Al Margen» incluye en su número 126 (verano 2023) el siguiente texto que sirvió como borrador para la presentación de nuestro libro «Proletariado Salvaje. Movimiento Asambleario y Autonomía Obrera».

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¡Que importa un día! Está el ayer alerto

al mañana, mañana al infinito

¡Hombres de España! Ni el pasado ha muerto

Ni está el mañana -ni el ayer- escrito

Antonio Machado, Campos de Castilla.

El pasado explica el presente. Este no se puede cambiar radicalmente sin comprenderlo y la comprensión nace del conocimiento verídico. De ahí la importancia de la memoria. No se establece una estrategia de transformación revolucionaria, ni siquiera estrategia alguna, sobre ideologías preestablecidas y relatos fantásticos, sino fundamentándose en la historia probada. Nunca se tratará de repetirla, sino de inspirarse profundamente en las enseñanzas que proporciona la experiencia.

Si exceptuamos las reconstrucciones en clave heroica de los primeros balbuceos vergonzantes del sindicalismo oficial, un hecho a constatar es la escasez de trabajos sobre el pasado reciente del movimiento obrero en comparación con los que han sido realizados y continúan siéndolo acerca de la guerra civil española. La fecha del 19 de Julio (de 1936), la de la respuesta al golpe de estado fascista, sin duda nos dirá mucho más que la del 3 de marzo (de 1976), la de la masacre de obreros en Vitoria. Y por supuesto, la figura de Durruti nos será muchísimo más familiar que la de Jesús Naves. La década de los setenta del siglo XX resulta bastante más oscura que la de los treinta. El pasado lejano entra en el campo de los mitos fundacionales de las modernas ideologías, perfectamente acoplables en la dominación tanto por la derecha como por la izquierda, mientras que el pasado cercano resulta incómodo, pues su legado no encaja con los relatos legitimadores de los bandos que acordaron la transición de la dictadura al post franquismo partitocrático, antes bien, desvela su mutua complicidad. En su esencia más auténtica y democrática, la relativa al rechazo de los dirigentes, a la revocabilidad en todo momento de la delegación, y más específicamente, al repudio de la mediación profesionalizada e institucionalizada, no es reivindicable. En las condiciones actuales de sumisión voluntaria, el conocimiento causa malestar. Por eso, el recuerdo mistificado y desactivado conviene a los guerracivilistas del sistema, y la amnesia que impide criticar el statu quo, a los francodemócratas.

A pesar de que algunos de los textos del libro “El Proletariado Salvaje” tienen casi cincuenta años, no han envejecido en absoluto. Cierto es que todo ha cambiado, que el régimen que resultó de la transformación pactada de la dictadura se consolidó y que la clase obrera ya no es lo que era: para empezar, ni siquiera es clase. Los esclavos del trabajo hoy no tienen conciencia de clase. También el reino de la mercancía es otro, más mundializado, más diversificado, más cotidiano. La razón económica ha penetrado en toda actividad humana. Otros son los enfoques, las líneas rojas, las perspectivas, las opciones políticas, los objetivos sociales… pero las verdades puestas sobre el tapete en aquellos años son invariables. La idea concreta que los escritos de entonces contenidos en el libro trataban de expresar, era que si una revuelta con impronta proletaria no derrocaba al franquismo, el aperturismo negociado por la oposición alumbraría un régimen capitalista, parlamentario en las formas, pero con fuertes rasgos autoritarios de raigambre dictatorial. No obstante, el inmovilismo opresor había precipitado en el radicalismo a estudiantes, trabajadores industriales, funcionarios interinos y empleados públicos sin distinción de sexo. El fuego de la agitación prendió incluso en la prisión, sobre todo después de que los presos comunes quedaran fuera de la amnistía. La coyuntura internacional ayudaba. En consecuencia, la dinámica de las huelgas estaba dando lugar a formas de lucha autoorganizada y modos de autodefensa que a su vez eran formas de libertad, conllevando implícito el proyecto de abolición de las clases: los comités, las asambleas, las coordinadoras, los consejos de fábrica, los piquetes… Plasmación de la unidad y la solidaridad de clase, órganos de la democracia directa a la vez que mecanismos antiestatistas, ante los cuales se erigía el enemigo de clase distribuido en diversos frentes: la clase dominante y sus instrumentos, es decir, las autodenominadas vanguardias, las centrales sindicales, las mesas de partidos, la policía, los tribunales, las cárceles… en fín, el Capital por una parte, y el Estado por la otra.

El movimiento asambleario desbordó durante un tiempo los cauces que pretendían contenerlo, pero nada de aquello pudo afianzarse. Con la legalización de los sindicatos se dio un paso decisivo en la burocratización del movimiento obrero. Las centrales se organizaban directamente contra él. Más pronto que tarde, los delegados elegidos en asambleas fueron sustituidos por representantes sindicales propuestos por sus organizaciones y aceptados por la patronal. Recurrir a sindicatos alternativos no fue una buena idea, no funcionó. En verdad, la clase oprimida se detuvo ante la inmensidad de la tarea pendiente y cedió ante la burocracia político-sindical. Los escasos consejos obreros que se formaron no llegaron a cuajar. Aconteció el reflujo y se generalizó el desencanto. Los pactos antiobreros entre los albaceas del franquismo y la izquierda oficial rubricaron la liquidación de las asambleas autónomas. Los mercados tomaron la iniciativa, las instituciones se readaptaron al nuevo orden acordado, dando lugar a una imponente “clase” política, y, mientras, el Estado reforzó el control social. Fue la última aparición histórica de la clase obrera peninsular como sujeto político antes de consolidarse constitucionalmente la partitocracia. Después, la sociedad clasista asistida por la tecnología y la banca se transformaría en un agregado indiferenciado y jerarquizado de masas consumidoras, donde la mentalidad de clase media desempeñaría una función ideológica determinante incluso en los sectores excluidos del mercado de trabajo. Sin embargo, los problemas que planteó la susodicha aparición no han podido ser resueltos en el marco de un sistema políticamente híbrido y socialmente capitalista, por lo que irán reapareciendo de una forma u otra cada vez que las crisis lo sacudan violentamente en espera de una fuerza social que sea capaz de resolverlos. En ese sentido, quizá la lectura de este libro pueda ser útil y hasta resulte inspiradora.

Los autores de los textos éramos jóvenes con una visión libertaria de las cosas, influenciados por el anarquismo obrero de la revolución española, el Mayo del 68 y la revolución de los claveles, fuertemente críticos con la representación burocrática, exterior a los conflictos y ajena a los actores sociales. El concepto unificador de autonomía proletaria vertebraba nuestro mensaje: ningún problema social podía resolverse al margen. La independencia de la clase era la condición necesaria de una acción directa radicalmente transformadora. A los grupos autónomos no les cabía otra misión que asegurarla desde dentro, preservando las asambleas como el lugar del debate y la decisión, defendiendo el mandato imperativo, y atacando toda delegación separada, toda autoridad recuperadora: “nada fuera de las asambleas, todo dentro de ellas”. Las asambleas eran el primer peldaño del consejo obrero, organismo gracias al cual los trabajadores y demás fuerzas convergentes que les seguían se convertirían en agentes de su propia liberación. Debían abandonar la táctica puramente defensiva del sindicalismo, rebasar el horizonte laboral, marchar por el lado salvaje y pasar a la ofensiva, en España y en el resto de Europa. De acuerdo con el lema de la Primera Internacional, la emancipación sería obra de ellos mismos, o, en caso contrario. no sería.

El fenómeno obrero asambleario remitió en todos los países en los que se manifestó. Si el primero fue la Francia del 68, el último fue Polonia. La regresión del movimiento Solidarnosc (Solidaridad) significó el fin de las posibilidades revolucionarias de la época. La derrota del denominado segundo asalto proletario a la sociedad de clases europea ante un capitalismo que logró suprimir las bases materiales y morales en las que se apoyaba su contrincante, -la reconversión del proceso productivo, la industrialización del vivir, la financiarización del mundo, la energía nuclear- obligó a una dura reflexión crítica que pocos fueron capaces de hacer. Los más se decantaron hacia el activismo militante, la lucha armada, la renuncia, el escapismo en la vida privada, la colaboración con el enemigo y otros modos de resignación. El resultado final de tanta confusión desmovilizadora fue la desbandada, que nunca es definitiva, ya que las condiciones históricas son extremadamente mudables y los periodos de paz social, suficientemente inestables.

La vía subversiva nunca se cerró del todo a quienes deseasen ir por ella. A pesar de tanto bombero, la materia social en épocas difíciles es bastante inflamable y una chispa cualquiera puede producir múltiples estragos, susceptibles de provocar un desarrollo revolucionario si llegan a impulsar a una fuerza social capaz de fijarse objetivos y dotarse de medios. Los movimientos campesinos latinoamericanos, las escaramuzas de los chalecos amarillos y las ZAD francesas, la revuelta de las mujeres iraníes y la insurrección kurda son ejemplos reconocibles. La revolución nunca es un asunto pasadista, un tema exclusivo de historiadores o sociólogos, sino algo a reinventar, no desde luego desde la universidad, ni desde la autodenominada izquierda, puesto que ambas forman parte de la dominación, redefinida políticamente en el estado español el 78. ¿A partir del buen rollo pacifista y las prédicas ciudadanistas? ¿del obrerismo obtuso y extemporáneo? ¿de campañas electorales? ¿de movidas identitarias? Tampoco. Como ha dicho recientemente Raoul Vaneigem, “en estos tiempos no cuenta la buena voluntad, sino los hechos consumados.” Hechos que son rupturas del orden establecido, desbordamientos que conducen a situaciones ingobernables, saltos cualitativos en la conciencia insumisa.

Miquel Amorós

Presentación en Anònims, Granollers, el 12 de abril, en el Ateneu Popular Pla-Carolines, Alacant, el 2 de junio, y en el Café Ficciones (Murcia), el 3 de junio de 2023.